¿Que seria de nuestra vida sin las leyendas urbanas? ¿No nos aburriríamos y tendríamos que inventarlas? De hecho, eso es lo que sucedió en un comienzo, según cuenta un libro que acaba de salir e investiga el tema: la mayoría de las leyendas que conocemos son deformaciones de una pequeña historia original que se perdió en las tinieblas del tiempo pasado.
El mecanismo es simple y responde al celebre teléfono descompuesto: todos escuchamos una historia pero cuando nos toca contarla a alguien mas, agregamos pequeñas modificaciones que la cambian, como esa historia va a ser contadas mil veces, a través de esas mil modificaciones, el original se vuelve irreconocible.
Sin embargo, hay casos en los cuales la leyenda responde a un interés comercial, por ejemplo, la absurda y todavía repetida historia sobre los cartuchos de tinta recargados que alguien, alguna vez, de nuevo, en las tinieblas del pasado -posiblemente mediados de los ochenta- compró de buena fe para ver como su impresora estallaba.
Podemos asegurar que, mas allá del leyenda, cada uno de los cartuchos que comercializamos pasan por un estricto sistema de control que permite evitar cualquier tipo de accidente, brindando la misma calidad del original a una décima parte de su valor.
Por eso, para poner a prueba la leyenda -y comprobar que falsas son-, solo debe comprar uno de nuestros cartuchos y usarlo: vera que rinde tan bien como un original y no le causa ningún problema. Porque ese es el truco con todas las leyendas urbanas: al someterlas a las pruebas de la realidad, desaparecen.
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